Gran masturbador


Qué extraña combinación
eras,
de sensibilidad y dureza.
La cobertura dulce,
hacía alimentar la esperanza
de que tu alma se dejaría robar
alguna vez,
pero el gusto del sillar
contra los dientes,
al final siempre
nos secaba la lengua.
Jamás sentimos celos de ti,
pues a pesar de ser el padre
de cien hijos,
sabíamos que seguías
siendo célibe.

Me gustaba rodearte de palabras,
te veía crecer,
como una voyeur
de tu pulso onanista.

Comentarios

Rafael Arenas García ha dicho que…
Inevitable (para mi) leer este poema junto con el anterior. Podría ser uno continuación del otro, relato el último de la acción que sigue al penúltimo.
Las torres que se yerguen una junto a la otra se miran, pero no pueden tocarse. El junco, la hierba, las matas del campo, breves, intranscendentes, se agitan con el viento, se rozan.
Es mejor ser hierba que torre. Y si una torre se cree hierba y se rompe en mil pedazos al querer balancearse no digamos que encontramos ruinas o suciedad, sino restos de un amor imposible.
Susana Corullón ha dicho que…
Querido Rafael,
Gracias por esforzarte en encontrar coherencia en lo que sale de esta cabeza.
Me alegro de que los poemas te resulten sugerentes, como dijo alguien, una vez escritos pertenecen al lector.
La magia de la poesía consiste en sacar de una sensación personal, otra objetiva, que se pueda compartir. No siempre se consigue, y por eso te agradezco tu interés.

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