La terapia

Me llamo Juan Rodríguez López y soy viudo desde hace cinco meses. Un amigo escritor me recomendó que intentara recuperar las facultades literarias perdidas, cuando él y yo nos intercambiábamos escritos en los tiempos de la facultad. El no ha dejado de escribir en estos años, pero yo por indolencia o por razones variopintas que intento disfrazar de metafísica, no he vuelto a enfrentarme a la prosa de ficción. Informes y resúmenes los redacto a diario por mi trabajo, pero emular a la vida son palabras mayores. A mí me encanta dejarme trastear por el destino y reírme con media sonrisa de las cosas que me pasan. Mi talento nunca podría imitar ni de lejos la soltura descarada de la vida.

También tengo razones prácticas además de la pereza. Yo nunca he sido un buen observador, ni de gentes ni de cosas. Se puede decir que voy a salto de mata por el mundo, según mis intereses y mis estados de ánimo. Cojo cinco cosas de aquí y cinco de allá y el resto se me pierde en la noche del olvido. Con tan escaso interés por la naturaleza humana, ¿Cómo quiere Javier hacer de mí un escritor? Aquellos ejercicios de juventud, no eran más que esfuerzos vanos, nacidos a la sombra de la novela de turno que me sorbiera el seso en esos días. Después de varias páginas, los personajes dejaban de interesarme y se convertían en máscaras sin gracia que me devolvían mis defectos agrandados. Eran como los fantasmas de mi cocina y me sabían a rancio. Terminaba por encerrarlos en el cajón y marcharme a escuchar las voces de la calle: imprevisibles, nuevas y nunca jamás mías.

Y aquí estoy al cabo de los años, probando otra vez el juego de inventarme a otros para dejar de ser yo, que en este preciso instante es lo que más me apetece en este mundo.

Siempre que me planteaba escribir, comenzaba por elegir el sexo y la edad del personaje. Las mujeres me daban un poco de miedo, son complicadas y ya hablan demasiado unas de otras. Siendo un hombre nunca podría emular a ninguna de las numerosas mujeres ocupadas en escribir sobre lo que piensan las mujeres. Y si elegía un hombre, sabía que tarde o temprano terminaría pareciéndose a mí. Me hubiera gustado escribir sobre seres alados y sin sexo, pero entonces la profundidad psicológica se habría ido al garete. Tengo 56 años y no he tenido hijos, eso significa que Juan Rodríguez López quedará en el recuerdo de mis hermanos, y algo en el de mis sobrinos y los de Lola. A mis años tengo ya unas cuantas experiencias acumuladas, creo que ya he hecho méritos para que hablar de mí no me produzca hastío, y tal vez hasta le interese a alguien. Fuera pudores, me abandono al primer personaje de tres al cuarto que se me ocurra y que esté dispuesto a cargar con el peso de mi vida.

Se me olvidaba decir, que para motivarme más, Susana, una amiga de la familia, se ha ofrecido a publicar en su blog lo que vaya saliendo de mi pluma. Ahora, con tantos ojos puestos sobre mí, no me va a quedar otra que seguir enhebrando una historia….

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