Una oportunidad

Lola y yo nos conocimos bastante mayores, los dos vivíamos entonces en París; ella tenía una beca de doctorado, y a mí me había enviado allí la empresa para supervisar una nueva sucursal. Yo deambulaba aburrido por la Fnac de Les Halles, buscaba libros sobre poesía persa. No soy un gran viajero, pero desde siempre me han interesado las culturas exóticas. Para mí aún estamos en el siglo XIX, y casi me parece contranatura poder llegar en unas horas al otro extremo del globo. ¿Pensáis que me limito? Pues sí, desde luego. Hay muchísimos lugares que no conoceré jamás, como también hay infinitas personas en el mundo con las que nunca me trataré. Bien, Javier, para que veas que no quiero caer en la trampa de terminar hablando de mi vida, el protagonista de mi historia sí que va a ser un gran viajero.

Pero ahora estábamos en Les Halles una tarde de octubre. El amor en octubre es una especie de regalo, porque cuando termina el verano, uno vaga sin rumbo con unas ganas mortales de no repetirse, de no volver a caer en lo mismo que le llevó de cabeza hasta que llegaron las vacaciones. ¿De qué huía yo ese año? No lo sé muy bien.

Los dos pasábamos de los 30 y nuestra vida funcionaba. Ella había conseguido una beca en la Sorbona y tenía muchas posibilidades de seguir en la universidad al volver a España. A mí no me apasionaba mi trabajo, pero metido en faena era capaz de tener ideas brillantes y mis jefes me respetaban. Para los ratos libres tenía el farsi, los cuartetos de Rumi y un par de compañeros con los que me llevaba bien para tomar una cerveza de vez en cuando. El amor visto desde lejos es algo incomprensible: éramos libres y el mundo entero giraba a nuestro alrededor, solos en París con la vida al alcance de la mano. Toma nota, Javier, mi personaje será un viajero empedernido y además un solterón confeso de esos que huyen del amor a menos de dos metros de distancia. Me decías que además de personajes definidos, es importante pensar de antemano un argumento: lo tengo, mi solterón se enamorará no sé cómo de alguna nativa de un país que le va a dar algo que nadie le ha dado hasta ahora. Pero para encontrar algo, hace falta buscarlo al menos inconscientemente ¿encuentra acaso amor quien solo buscaba un libro en la Fnac? Bueno, a mí al menos me ocurrió. ¿De dónde habías sacado ese libro en español, que me llevó a reconocerte como compatriota? Soy un hombre tímido y no suelo abordar a desconocidos, pero a veces como un resorte, se me despierta la osadía. Cuando veo la oportunidad ante mí se pone en marcha un mecanismo en mi interior. En un segundo mi indolencia se convierte en ansiedad, es como oír acercarse el metro mientras bajas al andén: no puedo reprimir el impulso de correr y entrar por la puerta que se abre.

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