La vuelta


Para Javier el mundo sigue siendo un planeta de miles de kilómetros, y la distancia es tiempo, porque separa la vida. Después de 8 meses, he vuelto a encontrarme con un correo suyo, entra y sale con soltura de mi vida. Simplemente no estuvo aquí, y ahora que ha vuelto retoma el pasado ¿Qué son para el cosmos ocho meses?
Yo era un experimento pendiente que dejó en Madrid, me inoculó un virus y ahora quiere conocer mi evolución. Pensaba que por Internet ya se habría percatado de que soy un caso perdido, pero para Javier no parece existir del todo lo que no se toca.
Me invita a un café y me espeta: “¿Qué tal la novela?”. Tardo en reaccionar: “¿Qué novela?”
Me gustó lo que escribiste”.

Había estado en Haití, ayudando a reconstruir una escuela. Envidiaba a Javier, que pasaba de un escenario a otro como lo más normal del mundo. Para mí, que apenas había salido de España, un viaje así sería la aventura de mi vida. Más que de retomar novelas, sentí ganas de liquidar mis asuntos en Madrid y de marcharme donde fuera. Huir de mí y dejar encendido el mecanismo de la vida. Nada me ataba, viudo y sin hijos, la vida volvía a pertenecerme. La soledad había vuelto poco a poco a colonizar mi vida. El secreto era urbanizar bien el tiempo. Empecé por trazar dos calles perpendiculares: pilates y jogging a las 8 de la tarde en días alternos, esa hora era la peor, junto con las 10 de la mañana de los días de fiesta. Soledad y yo nos reencontramos como amantes antiguos, procuraba domesticarla y ofrecerle carnaza para mantener a salvo mi alma. Novela, huida, o las dos cosas, lo mejor de Soledad era el silencio.

El personaje de mi novela no buscaría amor para sentirse lleno, si yo podía convivir con Soledad, cualquiera lo podría hacer. Es gracioso, cuanta gente a la vez en su pequeño nicho, rebuscando en sus vidas para encontrar el oro.

La culpa es de la luz, soy incapaz de pensar con poca luz, la luz y la postura, forzada, delante de la mesa, como si tuviera de verdad algo importante que hacer. Cuántas veces he lamentado no poder escribir mientras paseaba. Andar me abre la mente y me quita los miedos. También cuando paseo soy mejor conversador, lo más interesante de mi vida ha pasado en movimiento. En unas horas estarán aquí Javier y Marina, esa amiga de Lola de la que sentí celos tantas veces. Tengo ganas de pellizcarle a la vida, y a falta de otra cosa, hoy los junto a los dos. No creo que se gusten, a Javier le aburre la gente de banderas y Marina es ante todo feminista. Reconozco que nunca tuve interés por buscar más en ella, me molestaba que siempre estuviera tirándole los tejos a Lola. Ya eran amigas antes de conocernos, Marina era su trastienda ¿también ella me vería a mí así?
En momentos, con Lola, sentía ganas de abrazarla muy fuerte para tenerla entera, la hubiera encerrado viva en una campana de cristal “Eso es cruel”, me dice Marina. El amor es plato para estómagos fuertes, pero se deja domesticar. Afortunadamente, yo también tenía mis trastiendas: “Egoísmo puro” dijo Javier, los respectivos egoísmos apuntalan bien una casa.

¿Qué buscabas en Haití?” la pregunta de Marina alcanzó a Javier como un dardo. También yo me lo había planteado alguna vez ¿De dónde sacaba alguien tan escéptico el arranque para esos proyectos? No se fue por las ramas: “Una comisión de servicios, casi tuve que pagar el viaje de mi bolsillo porque nadie da nada para cooperación, pero tenía la oportunidad de hacer algo distinto. No sabéis lo aburrido que es mi trabajo. Soy escritor y me interesa todo lo que se cuece por ahí fuera”
¿Escritor?” distinguí el gesto irónico de Marina a pesar de la penumbra
Javier estaba de buen humor, o seguía solo la estela de los ojos verdes de Marina, se estaba divirtiendo.
 - No sabes todo el dinero que he ahorrado en psicólogos por ser un vanidoso escritor. Colecciono         argumentos, personajes, me fascina observar.
Miré a Marina de reojo, siempre pensé que era de los míos, enfangada hasta las cejas en el lodazal de su propia vida. También ella habría pasado en silencio su duelo por Lola, habría sufrido en vida los celos al verla conmigo. Ambos hacíamos de tripas corazón, pero se nos escapaban aún las vísceras por las costuras. Yo tenía a Soledad amordazada en un rincón oscuro de la casa, y ella guardaría también un animal en uno de sus cajones.

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